¿Y si el viento dejara de soplar?La amenaza de la quietud
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Raúl Asís Monforte González
“El sol brillará mañana, ya verás que, pase lo que pase, sale el sol”. Este fragmento de la
canción Mañana, pieza fundamental de “Annie”, aquel magnífico e icónico musical de
Broadway, refleja la confianza, pero también la esperanza en que mañana, como siempre lo
ha hecho, el sol saldrá.
Y con la misma seguridad podemos decir que el viento soplará, moverá las nubes, refrescará
el aire, y hará girar las aspas de los aerogeneradores que producirán una abundante
cantidad de electricidad limpia y renovable, reafirmando su estatus como motor clave de la
transición energética global. Pero, ¿y si el viento dejara de soplar?
En Europa se han encendido las alarmas ante un fenómeno hasta ahora poco conocido y
potencialmente disruptivo: el stilling, que me tomaré la licencia de llamar en español
“quietud”.
La quietud eólica es la tendencia a la disminución gradual de la velocidad promedio de los
vientos cerca de la superficie terrestre a causa del cambio climático y la transformación del
entorno.
El calentamiento global está modificando patrones de presión atmosférica que
debilitan las corrientes de aire; el derretimiento del Ártico está disminuyendo el diferencial
térmico entre los polos y el Ecuador, haciendo más lenta la corriente de chorro; la
urbanización y los cambios del uso del suelo aumentan la rugosidad de la superficie terrestre,
generando más fricción y reduciendo la velocidad de los vientos.
Menos viento significa menos transporte de humedad desde el océano hacia el continente, lo
que podría alterar las lluvias y generar sequías más intensas en regiones vulnerables.
También significa menos dispersión de contaminantes atmosféricos en las ciudades,
agravando problemas de calidad del aire. Algunos ecosistemas dependen de vientos
constantes para dispersar semillas o transportar nutrientes, lo cual podría verse alterado.
Las implicaciones son profundas y la afectación podría ser relevante también en México y
Latinoamérica, poniendo en jaque a una de las principales fuentes de energía limpia y
renovable: la eólica.
Europa ha enfrentado episodios de calma eólica prolongada durante
veranos recientes, lo que ha impuesto un inusual estrés sobre la oferta de electricidad
precisamente cuando la demanda es alta, obligando a recurrir a fuentes fósiles y en
consecuencia elevar los precios y las emisiones de GEI.
El Istmo de Tehuantepec en México es una de las regiones con mayor potencial eólico en el
mundo. Si el stilling o un fenómeno similar empieza a presentarse, se afectaría directamente
la producción eléctrica en uno de los corredores renovables más importantes de América
Latina, comprometiendo la viabilidad de proyectos actuales y futuros. Países como Brasil,
Chile y Argentina, que han apostado fuerte por la energía eólica, también deberían empezar
a monitorear esta tendencia y prepararse para un posible ajuste de sus proyecciones
energéticas.
Pero no todo es amenaza. La quietud eólica es también una llamada de atención para
diversificar nuestra matriz renovable, incorporar más solar, hidrógeno, geotermia,
almacenamiento y mejorar los modelos climáticos y energéticos.
Si entendemos el viento
como lo que realmente es, un recurso valioso y vulnerable, quizás estemos a tiempo de
repensar cómo diseñamos un futuro energético más resiliente y adaptado a un clima
cambiante.
El viento podría dejar de soplar, pero la transición energética no puede quedarse quieta